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¿Hasta cuándo debo esperar?

Quizá lo más difícil de una promesa es esperar el tiempo de su cumplimiento y para eso necesitamos mucha paciencia. Creo que se nos hace más difícil la espera que el esfuerzo de luchas por la victoria.

Creemos que mientras lo podamos controlar y conseguir por nosotros mismos es más fácil porque sabemos que depende de nosotros. Pero, ¿esperar a que Dios actúe? ¡Cuántas veces, qué difícil es! Porque para eso necesitas fe.

¿Te ha pasado que creías que Dios iba a hacer algo en cierto tiempo y tardó más de lo que pensabas, y luego resulta que además lo hizo de otra manera! La mayoría de las veces las promesas no las vemos realizadas de la manera ni en el tiempo que esperamos. Claro que Dios sí cumple, pero suele ser de forma diferente a lo que habíamos pensado.

Lo bueno es saber que a Dios le gusta sorprendernos con mucho más de lo que nosotros esperamos o nos podemos imaginar. ¡Siempre su manera es mejor y mayor de lo que nosotros podamos pensar o nos atrevamos a pedir! A veces los paquetes que vienen del cielo tardan en llegar, pero cuando llegan, ¡llegan! Puedo asegurarte que vale la pena porque cuando Dios hace las cosas, las hace mucho mejor de lo que nosotros pudiéramos haberlas soñado. “Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos…” (Efesios 3:20).

Del futuro al presente ¿Te ha pasado alguna vez estar sentado junto a alguien que ya ha visto la película y le gusta hablar? Es terrible porque muchas veces para que no nos preocupemos, nos quieren explicar lo que está pasando y nos dicen que después de todo se va a arreglar. Pero a nosotros lo que más nos gusta es el suspenso. La razón principal por la que no me gusta ver películas que ya he visto es porque ya sé lo que va a pasar y para mí ya no tienen intriga.

Cuando Dios te habla del futuro es porque Él ya ha visto lo que tiene que ocurrir. ¡Es como si Dios ya hubiera visto la película!

Es importante entender que Dios es eterno y nos habla desde la eternidad. Tenemos que entender que para Él las cosas que nos dice ya son una realidad. Nosotros vemos las cosas desde el otro lado, desde el mundo natural donde todavía no se ha manifestado lo que esperamos y nos preguntamos: ¿dónde está? ¿Cuándo va a ocurrir? Tenemos que entender que Dios nos habla del futuro cuando todavía estamos en el presente. La fe tiene que ver con cómo reaccionamos ahora a la promesa recibida, la cual no se manifestará hasta el futuro. Te debes preguntar: ¿qué hago con lo que Dios me ha dicho? ¿Creo de verdad que ocurrirá? ¿Me estoy preparando para lo que va a pasar?

Dios espera que nos metamos en la dimensión de la fe diciendo “sí” al futuro cuando todavía estamos en el presente. Tenemos que ser conscientes de que pasará tiempo entre la promesa y su cumplimiento.

La pregunta es: ¿con qué actitud recorreremos la trayectoria? “Encomienda al Señor tu camino, y confía en él; y él hará” (Salmo 37:5).

La mayoría de las veces queremos las promesas de Dios “ahora”, pero en los tiempos de Dios, Él tiene su propio reloj. La promesa más grande de Dios, cuando anunció la venida del Redentor, fue hecha desde el principio de los tiempos y dice La Palabra que se hizo realidad en el “cumplimiento del tiempo”.

Debemos ser conscientes de que hay un cumplimiento del tiempo. Algo que siempre suelo enseñar en cursos proféticos es la importancia de conocer los tiempos de Dios. Proféticamente podemos ver cosas que Dios quiere hacer, pero tenemos que aprender a buscar a Dios para saber el tiempo de la manifestación de la revelación. Es necesario dedicar tiempo para preguntar a Dios y esperar su consejo. No podemos caer en el error de pensar que se tiene que cumplir “ahora” porque lo queremos “ahora”. Es fácil que quieras las cosas antes de tiempo, pero la realidad es que Dios tiene el tiempo perfecto para tu vida. ¡Necesitarás buscar revelación para saber el tiempo kairos de Dios! No te desilusiones por desconocer los tiempos cuando pasa tiempo y todavía no ves cumplida la promesa porque se realizará a su debido tiempo. ¡Respira profundo y confía! “… mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo” (Lucas 1:20).

El efecto del tiempo

En inglés hay un dicho que dice: “Al atravesar tiempo difíciles, saldremos de la situación ‘mejores’ o ‘amargados’”. Todo depende de nuestra actitud al respecto. Algo que tenemos que cuidar durante la jornada desde que recibimos la promesa hasta su cumplimiento, es la actitud de nuestro corazón. Dios me dio la oportunidad de atender en consejería a mucha gente durante muchos años. Pude ver que la condición de las personas dependía de cómo habían reaccionado ante las situaciones de la vida. Un versículo que aprendí en aquel tiempo y que he aplicado a mi vida es el siguiente: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida” (Proverbios 4:23).

Tenemos que saber que nosotros somos los únicos responsables de guardar nuestro corazón. Nadie lo va a hacer por nosotros. Lo tenemos que proteger con vigilancia. Las heridas del corazón, cuando no se cuidan y no se mantienen limpias de contaminación de pensamientos y sentimientos negativos, el enemigo aprovechará el trauma ocurrido para contaminar nuestro corazón. Moisés nos enseña: “… guárdate, y guarda tu alma con diligencia…” (Deuteronomio 4:9).

En el tiempo de espera, guardaremos nuestro corazón de toda contaminación que quiera robarnos la fe. Cuidaremos nuestras palabras y nuestras acciones. Alinearemos nuestra vida de acuerdo a la promesa.

Mientras esperamos, no permitiremos el desánimo ni dejaremos de seguir haciendo el bien en lo que podamos.

¡Cuidado!

Durante la espera, debemos cuidarnos de la desilusión. Muchas veces cuando Dios no hace las cosas cuando nos habíamos imaginado y de la forma que esperábamos, nos podemos desilusionar. Hay quienes lo tienen todo planificado que esperan que el Dios Todopoderoso haga las cosas como ellos quieren. Y cuando no lo hace, se ofenden con Él porque no lo ha hecho como esperaban. Hay gente que se ofende con Dios porque oran, ayunan, se sacrifican y Dios no responde como ellos quieren. A Dios no lo podemos comprar con nuestras acciones, ni tampoco es nuestro camarero a quien le hacemos pedidos. Necesitamos entender que Dios nos da las promesas porque nos ama, somos sus hijos y nos quiere bendecir. No podemos comprar a Dios con nuestras acciones. ¡La iniciativa de bendecirnos viene de Dios!

Es triste ver que hay cristianos que, al no recibir la respuesta que esperan, dejan de orar, de asistir a la iglesia y hasta se apartan de Dios porque no hizo lo que ellos querían cuando lo querían. Muchos no saben si tienen que esperar porque es Dios el que obra o el diablo el que actúa, cuando somos nosotros los que tenemos que discernir si el tiempo de Dios no ha llegado todavía o es que el enemigo lo impide.

Tenemos que saber que, si es Dios el que lo está postergando, es porque ¡Él tiene planes mejores! Y si es el enemigo el que se opone, entonces nosotros tendremos que asumir la autoridad que Dios nos ha dado y luchar por nuestras promesas.

No podemos ofendernos cuando Dios no hace las cosas en el momento que deseamos. Las hermanas de Lázaro podrían haberse ofendido tremendamente con Jesús. Ellas podrían haber pensado: “¿Cómo puede ser que tú, Jesús, siendo tan amigo de nuestra familia, a quien hemos recibido tantas veces en nuestra casa como uno de nosotros, no estás cuando te necesitamos para algo tan serio? ¿Cómo puede ser que sanes a todo el mundo y cuando tu amigo está enfermo no lo sanas? Nosotras enviamos a alguien para que te diera la noticia cuando Lázaro todavía estaba vivo. ¿Por qué no viniste? ¿Por qué decidiste quedarte más días?”.

Ellas podían haber reaccionado de esa manera. Nosotros sabemos que Jesús no vino antes porque Él tenía un plan mayor con la situación.

Jesús no quería sanar a Lázaro. ¡Jesús quería resucitarlo! Él haría un milagro mayor porque lo resucitaría de la muerte. Incluso Jesús esperó el tiempo debido para aquellos judíos que creían que los espíritus de los muertos se quedaban tres días alrededor del difunto. ¡Y Jesús apareció el cuarto día! Todo tiene un propósito.

La tardanza puede ser porque Jesús quizás está planeando un milagro mayor del que tú pueden imaginar. Cuídate de guardar tu corazón y de no levantar ofensa contra Él. El Señor tiene grandes cosas para ti.

¡Confía; su manera es siempre la mejor!


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